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El consumo de carne como base de la alimentación humana

Recuperada de: sibaris.com.mx


El consumo de carne como base de la alimentación humana

Fabrizio David Márquez Beltrán
Estudiante de la Licenciatura en Física.
Universidad Veracruzana

“El hombre ha hecho de la Tierra un infierno para los animales
y debemos trabajar para devolverles su estabilidad”.
Arthur Schopenhauer
Si pudiéramos, por un momento, interrumpir lo que hacemos para preguntarnos si hay algo incorrecto en la forma en la que tratamos a las demás especies con las que convivimos en este planeta, con seguridad nos haríamos conscientes del daño que les causamos a ellas y a nosotros mismos. Quizá desde el momento en el que decidimos apartarnos del mundo natural, nuestro ego e indiferencia se incrementaron de tal forma que nos hemos convencido, de manera absoluta e incuestionable, que al resto de las especies las podemos criar para matar, comercializar de manera industrial y después comer. Basar nuestra alimentación en el consumo de carne es una práctica que nos ha llevado a la pérdida de valores y a olvidar que somos parte de un entorno.

La comunidad científica está de acuerdo en la línea evolutiva del ser humano y sostiene que somos una especie que comparte un origen común y cercano con las demás especies de primates del planeta; se dice entonces de manera coloquial que el hombre desciende del mono. Pero cuando se estudia el tipo de alimentación de estas especies, se observa que su comida se basa en el consumo de productos de origen vegetal. Se han identificado algunas especies de primates que consumen carne, de manera ocasional, pero que en ningún caso constituye la base de su alimentación.

La naturaleza ha dotado a cada especie de los atributos necesarios para su sobrevivencia. Así, por ejemplo, observamos que las jirafas han desarrollado cuellos largos para alcanzar las copas de los árboles, los felinos cuentan con una extraordinaria visión nocturna para poder cazar en la noche y los tiburones poseen un olfato capaz de detectar minúsculas cantidades de sangre a distancias grandes, y varias hileras de dientes afilados para devorar a su presa. Pero ¿dónde están en el ser humano los rasgos que lo identifican como una especie carnívora? ¿Dónde están los colmillos para desgarrar la carne? ¿dónde están las garras, o la visión nocturna o el increíble olfato?

El ser humano consume carne desde antes de la era de la civilización, antes de la aparición de la agricultura y la ganadería, cuando se desplazaba en grupos nómadas y cuando para poder alimentarse dependía de la caza y la recolección. Los motivos exactos por los que nuestra especie empezó con su consumo de carne permanecen inciertos, solo se puede decir con seguridad que tuvo que haber influido de manera determinante la necesidad de sobrevivir y la adaptación a nuevos entornos.

En la actualidad el consumo de proteína animal es la base de la alimentación del ser humano; productos como la carne, el huevo y los derivados de la leche están presentes en prácticamente la totalidad de la comida que se elaboran en los hogares o restaurantes no vegetarianos. Si de manera individual realizamos el ejercicio de recordar los ingredientes que constituían nuestra alimentación desde que éramos infantes, seguro detectaremos que en una gran medida se encontraban ingredientes de origen animal y conforme el tiempo pasó el tipo de alimentación no cambió.

Si preguntáramos a nuestros padres y abuelos qué es lo que ellos comían, con seguridad obtendríamos respuestas parecidas a las nuestras, en todo caso encontraríamos que sus alimentos presentaban una disminución en la cantidad de proteína animal. Así que, si tomamos en cuenta el tipo de alimentación de las generaciones anteriores a la nuestra y lo que nosotros mismos consumimos hoy, ¿por qué deberíamos suponer que el tipo de alimentación que heredemos a las generaciones siguientes va a tomar como base ingredientes que no sean de origen animal?

Nuestra demanda actual de carne, huevo y derivados de la leche ha conducido a que la industria adquiera prácticas en las que los valores éticos están ausentes. La crianza de aves, reses o cerdos muchas veces se realiza en condiciones que les causan dolor o enfermedades, además, se han creado técnicas con el fin de acelerar el crecimiento de los animales para después ejecutarlos de manera sistemática. Existen registros de casos en los que incluso se empiezan a cortar las partes de los animales antes de morir; por supuesto, la cadena de producción no puede detenerse.

Todo lo que ocurre en el proceso de crianza y ejecución de los animales de los que se obtiene la carne y derivados para alimentarnos, permanece fuera de nuestros pensamientos. Cuando se acude a los centros de venta y se compra carne dentro de un empaque, leche en una botella o huevos en un recipiente, lo más probable es que no pase por nuestra cabeza todo lo que tuvo que ocurrir para que llegaran a nuestra despensa. Richard David Precht (2009) nos dice:

Precisamente por ello se necesita el engaño de la industria cárnica, que trata de evitar que la pata de cordero se parezca a la pata de un cordero, lo que se engaña a nuestra intuición y permite la ocultación. En nuestra sociedad la mayoría de las personas no sienten asco ni aversión al comer carne por la única razón de que no ven con sus propios ojos el sufrimiento de los animales. (p. 200)

La pregunta natural es ¿quién tiene la culpa de nuestro consumo habitual de carne? ¿nuestros padres, nuestros abuelos, los cazadores recolectores? Nadie tiene la culpa. Si se observa que un evento ocurre todos los días y que la mayoría lo hace aceptándolo sin ninguna reacción, pues entonces nuestra mente se condiciona a creer que se trata de algo normal. Dicho de otra manera, seguimos paradigmas.

Por supuesto, ese sistema de creencias puede cambiar para alguien si empieza a cuestionar lo que está ocurriendo y la manera en la que ocurre. Lo primero que se debería recordar es que somos parte de un complejo entorno en el cual todos interactuamos y cumplimos una función. Lo siguiente es que no somos los únicos seres que sienten dolor. La empatía hacia las demás especies animales no solo debería ser necesaria sino natural; imponer nuestro ego y la indiferencia como modelo de conducta puede interpretarse como un tipo de racismo. Peter Singer (1999) lo expresa de la siguiente manera:

Las luchas contra el racismo y contra el sexismo deben apoyarse, en definitiva, sobre esta base, y de acuerdo con este principio la actitud que podemos llamar «especismo» (por analogía con el racismo) también ha de condenarse. El especismo —la palabra no es atractiva, pero no se me ocurre otra mejor— es un prejuicio o actitud parcial favorable a los intereses de los miembros de nuestra propia especie y en contra de los de otras. (p. 42)

Podemos encontrar otras alternativas de alimentación, por ejemplo, un régimen vegetariano puede proporcionarnos prácticamente todos los nutrientes y elementos que necesitamos para la vida diaria; la creencia de que este régimen consista en alimentarse únicamente de insípidas ensaladas de verduras crudas es un mito. Existe tanta diversidad de frutas, verduras, hortalizas, semillas, especias, que es posible elaborar comida cuyo sabor nos agrade, incluso simulando aquellos platillos que ingerimos de manera cotidiana y cuya base es la carne.

Resulta válido admitir que las dietas vegetarianas pueden tener bajo contenido en ciertos nutrientes como la vitamina B12 y los ácidos grasos omega 3. Al respecto Daniela Rojas Allende, Francisca Figueras Díaz y Samuel Durán Agüero (2017), nos dicen:

Los profesionales nutricionistas, deben educar a los individuos que toman la opción de iniciar cualquier tipo de alimentación vegetariana y ayudar a implementarla adecuadamente, para cubrir todos los macro y micronutrientes requeridos acorde a su edad y estado metabólico, para favorecer un crecimiento y desarrollo un normal. (p. 222)

Elegir una dieta vegetariana puede ser una opción válida e ideal, sin embargo, lo más importante y urgente que se tiene que observar es que hay una completa distorsión acerca de la manera en la actualmente nos alimentamos, el problema es que siempre está presente la proteína animal en los alimentos que ingerimos.

Hacen falta solo dos elementos para conseguir un cambio, adquirir consciencia de la existencia del problema y tener voluntad. Nuestra demanda insaciable de carne ha llevado a la industria a niveles tan altos de crueldad que hacen tambalear las bases que nos definen como una especie civilizada, una crueldad que quizá preferimos ignorar para después argumentar un desconocimiento. Pero lo cierto es que, si elegimos cambiar a un régimen de alimentación que no tenga como elemento principal a la carne, lo único que vendrán serán experiencias enriquecedoras que nos harán crecer como personas y que nos situarán como integrantes de un entorno que no está a nuestro servicio, sino un entorno del que solo somos parte, porque, al fin y al cabo, es lo único que siempre hemos sido. 


Referencias:

Rojas Allende, D., & Figueras Díaz, F., & Durán Agüero, S. (2017). Ventajas y desventajas nutricionales de ser vegano o vegetariano. Revista Chilena de Nutrición, 44 (3), 218-225. Recuperado el 8 de julio de 2018 de http://www.redalyc.org/pdf/469/46952704003.pdf

Singer, P., & Casal, P. (1999). Liberación animal. Madrid, España: Trotta.

Precht, R. D. (2009). ¿Quién soy y…cuántos? Un viaje filosófico. Barcelona, España: Ariel.

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